Entre pérdidas, esperanzas y voluntades.
Reflexiones sobre los procesos psicosociales en Acapulco a un año del huracán Otis.
Por: José Antonio Brito Solís
En el Acapulco de finales del Siglo XIX las suposiciones de los pobladores creaban historias que con el tiempo se convertían en leyendas. Una de ellas me la narró mi abuela. Decía que de niña su abuelo le contaba que algunas noches se escuchaba el galope de un caballo con un jinete recorriendo las calles y callejones de los barrios. La gente creía que era el diablo presagiando algo malo. En muchas casas las familias rezaban para que se alejará, otras se tapaban de pies a cabeza o dormían juntas esas noches ante el miedo. Al otro día entre las conversaciones en la calle se decía que también habían escuchado el relinchar del animal e incluso algunos valientes mencionaban haberse asomado y visto a un hombre vestido de negro. Años después ella misma lo comprobó, pues una noche escuchó las pezuñas del caballo que pasó varias veces por la calle donde vivía. A sus hijos los abrazó en silencio hasta que el sueño la venció. Me dijo que días después apareció una culebra desde el cielo que chupaba el agua del mar. La gente asustada salía a ver lo que pasaba. Llamaron al Padre de la Iglesia, oraron y echaron agua bendita a la orilla de la playa hasta que desapareció. De niño cada vez que escuchaba a mi abuela hablar de ello, recreaba cada detalle de su narración imaginando al misterioso personaje en la obscuridad de la noche y a la enorme serpiente bajando del cielo.
La historia que contaba mi abuela muestra parte del contexto del Acapulco de aquel tiempo y la perspectiva colectiva de las creencias, emociones y modos de responder de sus pobladores ante su realidad. Erich Fromm decía que las pasiones y angustias no forman parte de la naturaleza humana fija biológicamente dada, sino que son resultado del proceso social creado por la cultura. Esta premisa incluye mucho de lo que quiero compartir en este artículo para tener una aproximación a los procesos psicosociales y comportamientos generados por la crisis e incertidumbre después del huracán, e identificar las diversas contrariedades y reacciones emanadas de la debilidad humana ante los efectos colectivos en Acapulco como parte del estado socioemocional que se ha vivido. Hechos del que también se recogen importantes aprendizajes surgidos del estado de resiliencia que se forjó ante el manejo de la adversidad, abriendo paso a las muchas posibilidades de recuperación, donde la voluntad y la esperanza se convierten en dos de los componentes principales para resignificar la vida de la comunidad acapulqueña a un año de distancia.
En la historia del puerto no existe registro alguno de un fenómeno natural que haya tenido los alcances de Otis. Los últimos huracanes Paulina en 1997 e Ingrid y Manuel en 2014 visibilizaron la vulnerabilidad del Acapulco moderno expuesto a los efectos de la naturaleza. Con Otis en 2023 y John en 2024 la destrucción material, económica, ecológica, así como la muerte de muchas vidas fue devastadora. De acuerdo a un estudio hecho por Integralia Consultores el impacto económico se evaluó en más de 10 mil millones de dólares y solo el 12% de los daños estaba asegurado. También se menciona que fue hasta los primeros meses de 2024 que reabrieron entre el 10% y 15% de los negocios y otros cerraron definitivamente. Agrega además que Otis exacerbó las condiciones de rezago social, educación, salud, vivienda y servicios básicos en Acapulco. Con todo ello es importante estar conscientes que la recuperación de la ciudad llevará tiempo, debido a todas las implicaciones que conlleva la inversión económica urgente en promoción turística, infraestructura y desarrollo social. Se requerirá mucha disposición y un alto sentido de responsabilidad comunitaria en la participación colaborativa de los tres niveles de gobierno, todos los sectores y la ciudadanía.
Esta experiencia de destrucción y pérdidas abruptas que tocaron a toda la población condujeron además a un proceso psicosocial con diversos síntomas reflejando un lenguaje colectivo que habla de las heridas, temores, angustias y debilidades vivas de una ciudad lastimada y violentada, que desde hace tiempo resiste a fuertes crisis y golpes de toda índole. Un puerto que, a pesar del daño y dolor está de pie, manteniendo su valor emanado no solo por su belleza natural, sino también por sus raíces históricas que le dan un sentido de identidad y por las personas comprometidas con la tierra que les pertenece. Estos aspectos hoy cobijan y acompañan a un Acapulco en recuperación, es por eso que considero importante hacer una lectura del sentir y comportamiento social desde aquella noche.
Pérdida y duelo después de la tormenta
Las pérdidas traen consigo dolor debido al rompimiento de un vínculo afectivo. Cuando el quebrantamiento se da inesperadamente se origina una profunda herida emocional. Otis provocó pérdidas de personas, casas, negocios, proyectos, patrimonios, objetos, dinero, trabajos, mascotas entre muchas otras cosas. Estas produjeron estados anímicos que se agudizaron influyendo en otros comportamientos. Las personas de manera natural pueden generar mecanismos de defensa para proteger y ocultar la vulnerabilidad en la que se encuentran. Con ello comienzan una readaptación psicológica que permite gradualmente reconocer la pérdida. A ese proceso de recuperación se le conoce como duelo. Transitarlo conduce a superar las crisis de las que se obtiene un gran crecimiento. En su defecto un mal manejo de estas en ese período puede prolongar el trance conduciendo a un desequilibrio emocional del que pueden surgir alteraciones en la conducta que afectan otros aspectos de la vida. Algunos síntomas pueden reflejarse en enfermedades psicosomáticas, trastornos en la alimentación o el sueño, en sentimientos de culpa o ira, así como en estrés postraumático.
Durante los siguientes días, semanas y meses después del huracán muchas personas experimentaron un proceso de duelo. Cada una de acuerdo al grado de sus afectaciones, teniendo como común denominador una misma experiencia. De acuerdo a la psiquiatra Elisabeth Kubler-Rose es posible identificar varias etapas. Una primera es la negación. Al amanecer se produjo un estado de shock al ver la destrucción que llevó a experimentar sensaciones de desconcierto y confusión esperando encontrar razones de qué lo sucedido no era tan grave. Esta fase de no creer o aceptar lo que pasó suele ser corta, pero el golpe con la realidad de la devastación comenzó a remover emociones. En ese momento no se alcanzaba a ver la dimensión total de los hechos, hasta que paulatinamente se fue reconociendo el estado en el que se encontraban casas, calles, pertenencias y familiares.
En una segunda etapa esta la ira. Este período es prolongado y conjuga muchos sentimientos al mismo tiempo. Se puede perder la ecuanimidad, ya que la racionalización del hecho, está debajo de una pesada carga emocional. De ella emergieron sentimientos de frustración e impotencia porque se aceptó la destrucción y la pérdida. En las primeras semanas el enojo y dolor se intensificaron produciendo culpa, tristeza, desolación o duda en medio de un entorno donde no existían signos tangibles que pudiesen contrarrestarlo. Se entró en un estado constante de incertidumbre y desorientación. No había claridad sobre lo que se avecinaba, incrementando temores en lugar de certezas. El saqueó colectivo del que hablaré más adelante fue una de las principales reacciones de esta etapa. Aparecieron en ese período los primeros síntomas de desánimo, ansiedad y depresión como resultado del miedo y la crisis. Estos estados emocionales a un año todavía están presentes y toman otras manifestaciones de forma individual y social. Es normal tener miedo en fechas cercanas al sentir el viento o la lluvia. Esto habla de los temores reprimidos que aparecen como reminiscencias que tocan fibras sensibles. Expresar esos sentimientos es primordial, ya que liberan el peso invisible de una herida viva que en muchas personas todavía no cicatriza.
Hay una tercera fase muy corta, la de negociación, donde se guarda la esperanza de que todo volverá a ser igual que antes. Existe en el fondo un deseo de regresar el tiempo. Es una especie de cápsula mental que tiene la finalidad de sentir que no se ha perdido lo ya perdido. Este juego psicológico concluye y conduce a la etapa de depresión como cuarto momento que lleva a un estado de desolación, tristeza y vacíos interiores ya que se asume de forma definitiva la realidad de la pérdida. Este paso para los psicólogos es el más importante en el acompañamiento terapéutico, de no vivirse se detiene la llegada a la fase final extendiéndose el duelo que detona otros efectos. Según Kubler una pérdida hace que la vida deje de tener sentido durante un tiempo. Muchas personas este año experimentaron un vacío que inconscientemente escondieron, ya que las condiciones obligaron a ocuparse de atender lo inmediato. Levantar los escombros, reconstruir las casas, buscar alimentos, cuidar el trabajo o quienes lo perdieron encontrar opciones donde poco existían. Cubrir deudas, avanzar teniendo casi todo en contra, vivir con la falta de certezas son algunas de las preocupaciones de esa fase.
Este cúmulo de demandas emergentes va guardando temporalmente ese estado de pérdida reflejado en agotamiento físico y mental. Visto colectivamente esta fase se identifica a través del desconcierto en la ciudad. Las manifestaciones, las protestas y bloqueos que hablan a las autoridades responsables de las inconformidades e injusticias que existen son expresiones concretas en esta fase. Son catarsis colectivas que siguen hablando de lo que todavía no se ha resuelto. El cierre de negocios muestra la crisis de un estado debilitado económica y políticamente, con una población alterada social y emocionalmente. Ante ello la señal más urgente que traerá efectos en la cultura de la población y se verá a mediano y largo plazo es el cierre de varias escuelas, ya que las instituciones educativas son el corazón de una ciudad y el patrimonio más valioso e importante de una sociedad.
Una última etapa es la aceptación, donde se reconoce a la pérdida como parte de la vida. Aceptar produce calma y ayuda a comprender los propios sentimientos tomando consciencia de que hay situaciones inevitables de las que nadie está exento de vivir. Durante la aceptación se considera que es posible enfrentar otra pérdida y superarla. A un año de distancia del huracán Otis estos procesos todavía no están concluidos socialmente. Casi todos los acapulqueños sufrieron una dura separación de algo que les pertenecía. Es un buen ejercicio a un año de lo sucedido revisar que ha pasado con las emociones e identificar como se ha recorrido el duelo. Algunas preguntas a reflexionar individualmente al respecto podrían ser: ¿Cómo me siento hoy después de un año del huracán? ¿Qué emociones prevalecen relacionadas a lo que pasé? ¿He terminado de resolver las afectaciones provocadas por el huracán, material, financiera o laboralmente? ¿En qué etapa del duelo me encuentro? ¿Qué he hecho para manejar las pérdidas? ¿Qué he dejado de hacer? ¿Cómo ha cambiado mi vida a un año del huracán? ¿Qué aprendizajes he recogido de todo lo vivido? ¿A qué me invita lo que he pasado?
Comportamiento social
Mucho se ha hablado del saqueó masivo que se dio desde las primeras horas de la mañana después de la tormenta y que se prolongó los siguientes días. Esta conducta fue una descarga en masa que diluyó la conciencia social y a manera de trance llevó a un comportamiento violento y abusivo olvidando totalmente la empatía y dejando de lado la solidaridad ante las necesidades comunitarias. Se impuso el yo sobre el nosotros provocando una devastación mayor para Acapulco. Este fenómeno colectivo que estuvo presente en toda la ciudad visibilizó los impulsos de un egoísmo arraigado. Es triste decirlo, pero los actos de rapiña son el rostro desagradable de una sociedad. Estás conductas son un termómetro que mide la ausencia de principios éticos existentes en una población. Los saqueos masivos develan la cara oculta de una ciudad que guarda mucho de lo que verdaderamente hay detrás de ella. Con el abandono de las instancias oficiales el oportunismo llevó al saqueo de tiendas de autoservicio, comercios de cualquier tipo e incluso casas. ¿Era válido hacerlo? ¿era necesario? ¿de qué habla ese comportamiento? Alberto Camus decía que la integridad no tiene necesidad de reglas.
Tomo la descripción que hace Gustavo Le Bon para hablar de la psicología de las multitudes. Este sociólogo dice que el comportamiento colectivo es un aglomerado de personas que posee características nuevas y se encuentra sometida a la ley mental de las muchedumbres, donde la personalidad individual consciente se desvanece, llevando a que los sentimientos e ideas individuales sean orientadas en una misma dirección. Se forma un alma colectiva, transitoria sometida a la unidad mental de las masas. El impacto de la devastación de Otis dejó condiciones que provocaron una despersonalización para conformar un sentimiento masivo que rebasó la conciencia del cuidado y del bien común conduciendo a actos de rapiña. Las reacciones de algunos escondidos en el anonimato y otros sin pretenderlo se alinearon en un solo comportamiento social donde el criterio era obtener “lo que se necesitaba”, y “lo que se deseaba”, desarticulando totalmente la base que sostiene los principios y pensamientos para la regulación de un comportamiento justo.
La individualización es una condición de la fragilidad humana que despersonaliza, desensibiliza y pierde de vista las necesidades de los otros. Cuando existen hechos que colocan a las personas en situaciones de vulnerabilidad, la línea que separa la toma de conciencia entre lo que dignifica al ser humano y el deseo de imponerse por encima sin importar nada para obtener algo es muy delgada. La ciudad de Acapulco estuvo en circunstancias muy graves que podían mostrar la grandeza de la solidaridad humana, pero en lugar de ello se resaltó una profunda falta de consideración social. Por ello pienso que es muy importante tomar como reflexión valiosa la segunda fórmula de la ética sobre el imperativo categórico del que habla Immanuel Kant donde dice: “obra de tal modo que uses la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre como un fin al mismo tiempo y nunca solamente como un medio”. Este planteamiento coloca el peso en la responsabilidad civil de la conducta. Las acciones individuales se piensan incluyendo siempre el cuidado colectivo. En los días posteriores al huracán muchas familias que sufrieron daños y pérdidas totales tuvieron que levantarse solas haciendo frente a sus pérdidas. Por otro lado, hubo quienes fueron afectados muy poco por el huracán volcándose en el saqueo para obtener beneficios a su favor y no en ayudar a los que lo necesitaban. Estos actos de rapiña después de una situación de desastres no son nuevos, han sucedido en cualquier lugar del mundo. Hay poblaciones en muchos países que ante desastres los ciudadanos y las autoridades reaccionan de otra manera y en conjunto reconstruyen su localidad, demostrando su cultura del cuidado.
¿Es este comportamiento colectivo un asunto de la moral y la ética? ¿tiene que ver la cultura o la educación? ¿está relacionado con la psicología o el sentido común? ¿pertenece al campo de la política y lo social? En la conducta humana están presentes todos los factores. La interrelación de cada persona con todos los ámbitos que lo rodean a lo largo de su vida tendrá una amplia influencia en sus respuestas. Lo sucedido en Acapulco tiene diversas aristas para entenderlo. Por todo ello es importante sobre estas reacciones tomar lo que decía Stephen Covey: Entre el estímulo y la respuesta existe un espacio donde reside la libertad y la capacidad de decidir. Ahí radica el crecimiento humano.
Esperanzas y voluntades
Las crisis son experiencias de vida que dejan lecciones para el crecimiento siempre y cuando se identifiquen y acepten las enseñanzas implícitas en los hechos acontecidos. En cada adversidad hay semillas de sabiduría que cada persona puede adaptarlas a su momento y contexto particular para obtener con el tiempo los frutos de esa dificultad. Como lo mencioné al principio parte de esta recuperación ante la crisis está en el manejo personal del proceso de duelo. Esta introspección juega un papel clave para identificar en las afectaciones sufridas por el huracán el sentido que pueden tomar si se revisan como posibilidades y no únicamente como daños. Esto porque las pérdidas y sufrimientos confrontan la realidad, sacuden la zona de confort e interpelan la existencia. Es en esos escenarios donde se pone a prueba la capacidad humana para anteponerse a los obstáculos y manejar situaciones difíciles que fortalecen el espíritu. No se pueden evitar los reveses, pero si es posible recibirlos con entereza y darle una renovada interpretación para responder de la mejor manera.
La vida tiene un lenguaje para comunicarse teniendo como recurso principal las experiencias estructurantes o fundantes. Aprender a interpretar este idioma depende no nada más del pensamiento, sino de los sentimientos que disponen el oído del alma, por ello es importante leer cuidadosamente desde la interioridad y descubrir concreta y directamente lo que la vida quiere decir en cada momento. Por ejemplo, la esencia del amor se conoce en una pérdida, el valor de la justicia es más claro después de pasar por un abuso. La convicción por la búsqueda de la paz aparece cuando se han enfrentado diferentes tipos de violencia. Sufrir traición o deslealtad lleva a entender porque el perdón es uno de los actos más liberadores. Con todo esto no quiero decir que únicamente a través de este tipo de experiencias hay un crecimiento personal y social, sino que en las crisis es donde la vida habla más directa y claramente mostrando que los principios humanos más elevados también se descubren y apropian después de cruzar la desolación, el dolor o las pérdidas.
El huracán Otis ha sido una experiencia estructurante para los acapulqueños marcando la historia del puerto en un antes y un después. Sus estragos trajeron consigo caos, desolación y miedo durante los primeros meses, pero paradójicamente ese suceso también dejó enseñanzas para la vida. Menciono dos de ellas. Primero la aceptación de la fragilidad humana ante la fuerza de la naturaleza, que hace un recordatorio enfático sobre el respeto y el cuidado del planeta para habitar con él en armonía. Segundo la importancia de la conciencia profunda de la solidaridad y la fraternidad social que posibilita la acción amorosa que habita en cada persona. Nadie está exento de requerir del otro. Quien hoy da una mano de ayuda, recibirá después apoyo de otro cuando lo necesite. En ese sentido los signos de la realidad son más claros en la adversidad, porque al igual que el brillo de las estrellas es más intenso cuando las noches son más obscuras, así también cuando se cree que todo se ha perdido, aparece la esperanza que señala el horizonte diciendo que siempre es posible volver a empezar.
Hasta hoy no ha sido fácil la recuperación de Acapulco, se espera todavía más tiempo para que todos los hoteles estén operando y muchos negocios abran. Todavía falta para que muchas calles se reconstruyan, los servicios del agua, luz o telefonía no tengan las fallas que aún persisten y la economía de Acapulco vuelva a renovarse, pero lo más importante es la estabilidad y el bienestar de sus habitantes y visitantes. La salud social es resultado de la educación y la cultura. Conocer los orígenes y las raíces de Acapulco permite dar el valor y el sentido a sus ciudadanos en relación al compromiso con lo que les pertenece. Nadie ama lo que no conoce. Es muy difícil forjar un mejor futuro si no se conoce el pasado. Quien no conoce su historia está condenado a repetirla, decía Nicolás Ruiz de Santayana. Al respecto al igual que muchas personas después del huracán pensé mucho en el origen del nombre de Acapulco que significa: El lugar en donde fueron destruidos o arrasados los carrizos. También me acordé de la antigua leyenda de la que proviene su nombre que a continuación describo:
Una tribu yope establecida en la bahía fue atacada por una tribu náhuatl. Al ser derrotada fue obligada a huir. La nueva tribu se quedó en el lugar y nació Acatl, hijo del jefe de la tribu náhuatl, quien fue encomendado a Quetzalcóatl. Cuando Acatl se volvió mayor partió a buscar esposa. Conoció a una joven llamada Quiáhuitl, sin saber que era hija del jefe de aquella tribu yope. El padre de la joven negó el permiso para unirse y maldijo a Acatl con un hechizo. Triste, regresó a la bahía y lloró su amargura hasta deshacerse y convertirse en un charco de lodo, donde brotaron unos carrizos. Quetzalcóatl furioso por el daño a su protegido castigó a los yopes, convirtiendo a Quiáhuitl en nube. Una tarde la nube penetró por la bocana a la bahía y al ver los carrizos, hijos de Acatl, por celos y furia se arrojó sobre ellos en forma de tromba para morir en el lodazal y fundirse con Acatl.
¿Es esta una historia simbólica de dolor y desastre para un pueblo? ¿Existen similitudes de la narrativa con el paso del huracán Otis? ¿Será que los antepasados de los acapulqueños fueron testigos de un huracán para crear la leyenda? ¿Qué interpretación puede leerse entre la realidad actual de Acapulco y el castigo a los yopes? Conclusiones variadas y reflexiones interesantes podríamos obtener de este análisis. No quiero retomar la lucha, la venganza, la maldición, el amor y la devastación de la leyenda ya que forman parte de elementos comunes en las historias antiguas y en la vida de los primeros pueblos, pero sí de esta narración donde los yopes son expulsados de su tierra por los náhuatls quiero quedarme a pensar en las consternaciones que comunitariamente ambas tribus pasaban, imaginar sus emociones y reacciones colectivas, así como con los sueños y esperanzas de Acatl y Quiáhuitl donde sus destinos fueron marcados por los dioses, pero dominados por sus emociones. Es desde ese ángulo desde donde reflexiono el sentir y los conflictos de los antepasados que dieron origen a este cuento que también habla de pérdidas, duelos, esperanzas y voluntades. Aspectos de un pasado histórico que ayudan a comprender el significado de lo que guarda la vida de la estirpe acapulqueña y también a recrear una perspectiva colectiva de sus creencias, emociones y modos de responder que tenían ante su realidad, tomando en cuenta que estás son resultado del proceso social creado por su cultura, tal como lo mencionaba Erich Fromm.
Hoy que veo la reconstrucción de las calles, edificios, casas y demás que poco a poco se recuperan, miro también los rostros de las personas, quienes sé que también muchas están reconstruyendo sus procesos de vida. Lo hago tratando de encontrar respuestas para comprender los miedos, creencias, anhelos y esperanzas colectivas de Acapulco después de un año del paso del huracán. Y con ello vienen a mi mente aquellas mañanas que pasaba con mi abuela. Veo la mesa, su taza de café, el radio de pilas sobre la alacena y la observo parada en la cocina con su vestido blanco con flores azules. Me narra detalladamente el galopé del caballo que pasa frente a su casa. Describe las botas, el sombrero y la ropa negra de aquel jinete que presagió la llegada de una culebra que bajaba del cielo a tomar agua del mar. Me veo frente a ella con los ojos bien abiertos. Experimento las sensaciones de temor de saber que aquel misterioso caballero mandaría a aquel monstruo para atemorizar a sus pobladores y pienso: ¿pasará otra vez? ¿escucharé el galopé? ¿sabrá qué sé de él? ¿la culebra volverá? ¿se irá después de tomar agua de mar? ¿vivirá allá arriba aún?
Mi abuela fue una mujer extraordinaria vivió 97 años. Seguramente hoy me estaría contando lo que sería para ella la devastación de Otis. Aunque sé que su interpretación sería muy distinta a la realidad, me quedaría con la enseñanza de su sabiduría, porque la fuerza de su creencia sería respaldada por el proceso social de su cultura. Entonces ella me miraría a los ojos y con muchas dudas seguro me preguntaría ¿En qué creen los acapulqueños?
Referencias
- Covey, S. (1995) Los 7 hábitos de las familias altamente efectivas. Editorial Paidos. México.
- Fromm, E. (2004) El miedo a la libertad. Editorial Paidos. México.
- Kant, Immanuel (1995), Fundamentación de la metafísica de las costumbres. Crítica de la razón práctica. La paz perpetua Porrúa, México.
- Kübler-Ross, E. & Kessler, D. (2005). Sobre el duelo y el dolor. Ediciones Luciérnaga. Barcelona. Joseph, G. (1984) En el viejo Acapulco. Editorial Prensa. México.
- Pasta, T. (1983) Crecimiento demográfico de Acapulco. Ediciones Municipales. Acapulco. Guerrero.
- Le Bon G. (1989) Psicología de las multitudes. Editora Nacional.
- Palencia. Vidrio, L. A. Coordinador (2024) La huella de Otis en Acapulco Un análisis de las secuelas políticas, económicas y sociales.
- Integralia Consultores www.integralia.com.mx
- https://www.milenio.com/opinion/maria-doris-hernandez-ochoa/columna-maria-doris-hernandez-ochoa/la-rapina-como-signo-de-degradacion