Francisco: el Papa jesuita que nos recordó el valor de lo humano.
Por: Scott Pérez
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La muerte del Papa Francisco ha dejado una huella imborrable no solo en la historia de la Iglesia católica, sino también en la conciencia social del mundo. Su figura fue mucho más que la de un líder religioso: fue la de un hombre profundamente comprometido con la justicia, la dignidad humana y la transformación social. Su condición de jesuita no fue un detalle más, sino el lente desde el cual interpretó y actuó ante los grandes desafíos del siglo XXI.
Un liderazgo que vino del sur
Francisco fue el primer Papa latinoamericano, formado en la sensibilidad de una región marcada por la pobreza estructural, la desigualdad y la violencia. Su mirada no fue eurocéntrica (como sus antecesores), ni su diagnóstico tibio. Denunció abiertamente la “economía que mata”, las consecuencias del cambio climático, la exclusión de migrantes y el abandono de los jóvenes, este último fue un grupo al cual le dedicó especial interés durante su papado. Su voz fue incómoda para los poderosos (incluso dentro de la Iglesia), pero esperanzadora para millones que encontraron en sus palabras una afirmación de su dignidad.
Jesuita, es decir, para los demás
Ser jesuita significó para Francisco tener una mirada profunda sobre la realidad, estar dispuesto al discernimiento constante y actuar en consecuencia. No buscó comodidad ni consenso, sino conversión y compromiso. Su opción preferencial por los pobres no fue una consigna, sino una praxis visible en su estilo de vida, en sus gestos simbólicos y en sus encíclicas, destacando Laudato Si’ y Fratelli Tutti, donde invitó al mundo a repensarse como una casa común, valor que hoy se comparte desde las aulas de inspiración ignaciana como la Loyola.
Una agenda social que trascendió lo religioso
Francisco fue un referente global en temas como el medio ambiente, la construcción de paz, la justicia social y el diálogo interreligioso. Llevó la agenda de la Iglesia más allá de los templos, hacia las calles, los barrios populares, las fronteras y las periferias, donde algunas otras figuras de la Iglesia se habían ausentado. En un tiempo donde el individualismo parece imponerse, su mensaje fue el del encuentro, la escucha y la acción transformadora. Como bien lo señaló en su encíclica Fratelli Tutti (2020), “estamos más solos que nunca en este mundo masificado que hace prevalecer los intereses individuales y debilita la dimensión comunitaria de la existencia”.
El valor de la comunidad que hoy está infravalorado en el mundo, con modelos económicos y sociales cada vez más cerrados a la colectividad.
El legado que queda
La muerte de Francisco no es solo la pérdida de un Papa, sino la partida de un líder moral que supo colocar en el centro de la discusión global aquello que muchas veces se ignora: la humanidad herida. Nos recordó que no se puede hablar de desarrollo sin justicia, ni de fe sin compromiso social.
Hoy, más que nunca, necesitamos seguir su ejemplo: mirar el mundo con ojos compasivos, actuar con valentía, y construir puentes donde otros levantan muros (muy de moda en estos “tiempos”). Francisco fue, desde su identidad jesuita, un testimonio viviente de que la espiritualidad auténtica es aquella que se encarna en la historia y se compromete con la transformación del mundo.
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Referencias
Laudato si’ (24 de mayo de 2015) | Francisco. (2015, 18 junio). Vatican.va.
https://www.vatican.va/content/francesco/es/encyclicals/documents/papa-francesco_20150524_enciclica-laudato-si.html
Fratelli tutti (3 de octubre de 2020) | Francisco. (2020, 3 octubre). Vatican.va.
https://www.vatican.va/content/francesco/es/encyclicals/documents/papa-francesco_20201003_enciclica-fratelli-tutti.html