+52 (744) 271.3150

 
 

El diálogo intercultural. Un camino para la fraternidad social.

Por: José Antonio Brito Solís

Salgan a predicar y si es necesario, usen las palabras, decía Francisco de Asís. La frase tiene tanta fuerza que lleva a hacer una pausa para meditar el eco de su resonancia. La potencia de su mensaje conduce a pensar que, si las palabras van a los hechos, entonces la distancia entre ambas determina el peso de lo que se comunica. Esta expresión del monje italiano estaba tan enraizada en su vida que lo llevó a enseñar el evangelio tan profundamente con su sola presencia, haciendo que su legado fuera para siempre una impresionante fuente de bondad y servicio. En ese sentido el fundador de los Franciscanos, fue para el Papa Francisco un gran inspirador sobre el diálogo, la interculturalidad, el respeto a la diversidad, a la libertad, a la pluralidad y a la tolerancia, teniéndolo tenerlo siempre presente, como lo muestra en este fragmento de la Encíclica Fratelli Tutti:

“Hay un episodio de su vida que nos muestra su corazón sin confines, capaz de ir más allá de las distancias de nacionalidad, color o religión. Es su visita al Sultán Malik-el-Kamil, en Egipto, que significó para él un gran esfuerzo debido a su pobreza, a los pocos recursos que tenía, a la distancia y a las diferencias de idioma, cultura y religión. Este viaje, en aquel momento histórico marcado por las cruzadas, mostraba aún más la grandeza del amor tan amplio que quería vivir, deseoso de abrazar a todos. Sin desconocer las dificultades y peligros, san Francisco fue al encuentro del Sultán con la misma actitud que pedía a sus discípulos: que, sin negar su identidad, cuando fueran «entre sarracenos y otros infieles […] no promuevan disputas ni controversias, sino que estén sometidos a toda humana criatura por Dios». Nos impresiona que ochocientos años atrás Francisco invitara a evitar toda forma de agresión o contienda y también a vivir un humilde y fraterno “sometimiento”, incluso ante quienes no compartían su fe […] Él no hacía la guerra dialéctica imponiendo doctrinas, sino que comunicaba el amor de Dios. Había entendido que en aquel mundo plagado de torreones de vigilancia y de murallas protectoras, las ciudades vivían guerras sangrientas entre familias poderosas, al mismo tiempo que crecían las zonas miserables de las periferias excluidas”.[1]

[1] Francisco, Carta encíclica Fratelli Tutti (1 de octubre de 2020)

Ante la realidad de nuestro tiempo llena de tensiones internacionales, crisis ambiental, violencia y con los efectos de una pandemia mundial, la referencia de Francisco de Asís es una brújula para intensificar la comprensión del significado de la fraternidad verdadera que hay que compartir.  Sobre todo, porque vemos hoy que las manifestaciones de odio que emanan de las diferencias religiosas, culturales, de género, condición social, raza o etnia, van creando también murallas que encierran y separan, provocando distancias que llevan a la exclusión, a la intolerancia y a la discriminación.

Esta cultura del descarte que le da al ser humano un valor utilitario en función de una economía centrada en ganancias desenfrenadas que hacen prevalecer intereses individuales, va apartando a los que menos tienen. Olvidando el reconocimiento de la dignidad innata de todo ser humano, debilitando la dimensión comunitaria que favorece a los más fuertes y deja vulnerables a los más pobres generando ciclos de descomposición, ya que los problemas de hoy tienen respuestas globales, no existen ya realidades aisladas. Lo que sucede aquí impacta en otros lados y lo que pasa en otros lugares, tiene efectos donde estamos.

En contraparte el valor de la fraternidad alimenta permanentemente la esperanza de llegar a ser una sola humanidad. Un lugar donde se pueda vivir plenamente para convivir con respeto, igualdad, equidad y justicia. La fraternidad mantiene la creencia de que a través de la unificación podremos vivir más pacíficamente integrados, esa que el P. Arturo Sosa, SJ, la define como universalidad, entendida como crecimiento de la interacción entre grupos humanos, culturalmente diversos, capaces de compartir una visión común de los intereses de toda la humanidad (2017). En su discurso presentado en el Congreso Internacional de delegados de educación de la Compañía de Jesús en Río de Janeiro, el Superior de los jesuitas mencionó que esta visión universalizadora abre posibilidades a la interculturalidad.

“Lo ideal es que cada ser humano, o cada pueblo, sea capaz de sentirse parte de la humanidad haciéndose consciente de su propia cultura (inculturación), sin absolutizarla, críticamente, reconociendo gozosamente la existencia de otros seres humanos poseedores de culturas diversas (multiculturalidad), y estableciendo relaciones parejas con ellos, enriqueciéndose con la variedad de culturas, entre las cuales se encuentra su propia cultura (interculturalidad). La universalidad vivida de esta manera puede convertirse en un impulso a la justicia social, la fraternidad y la paz… La interculturalidad no es un fin en sí misma sino el medio a través del cual creamos las condiciones para vivir plenamente la humanidad, contribuyendo a la humanización de las personas, las culturas y los pueblos.”[1]

[1] Sosa, Arturo. La Educación de la Compañía: una pedagogía al servicio de la formación de un ser humano reconciliado con sus semejantes, con la creación y con Dios (Rio de Janeiro, 20/10/2017). In: Centro Virtual de Pedagogía Ignaciana.

Desde el escenario de la educación es importante reflexionar el papel que se tiene para favorecer el diálogo intercultural como vía para la fraternidad. Al respecto me parece significativo revisar el último documento que la Compañía de Jesús publicó para los colegios del mundo: Educación Jesuita. Una tradición viva para el Siglo XXI, que recoge la esencia de su tradición educativa para responder a los retos y necesidades actuales. El libro contiene diez indicadores globales que los colegios jesuitas tienen como las principales acciones de su misión en este momento. Estos fueron actualizados tomando como base los documentos contemporáneos, resultado de reuniones y conferencias de las redes educativas de los cinco continentes, donde se logró homologar, innovar y actualizar el proyecto global de educación, manteniendo vivo el espíritu y carisma ignaciano.

El indicador global número siete del documento menciona que los colegios jesuitas están comprometidos con la interculturalidad. Se reconoce primero que la riqueza espiritual conformada por Siglos proporciona sólidos recursos para hacer diálogo intercultural. Jesuitas como Francisco Javier, Mateo Ricci, así como los primeros que llegaron a América abrazando a los pueblos indígenas respetando su cultura y protegiéndola son grandes ejemplos de fraternidad social. En este indicador se hace mención al reconocimiento de la inculturación y el diálogo interreligioso como esenciales componentes de la misión en la promoción de la fe y la justicia (CG 34), así como a otros aspectos.

“Nuestros colegios deben ser lugares donde se alienten y realicen esfuerzos por la solidaridad y la camaradería con toda persona de buena voluntad (227) … La educación jesuita debe responder positiva y activamente a la diversidad de sus estudiantes, profesores, padres, comunidades y a la red global de sus colegios (235) … la educación jesuita debe luchar para dar igualdad de oportunidades a todos los participantes de manera equitativa hacia un desarrollo holístico. La diversidad y la diferencia son dones para celebrarse en orden a crear una sociedad inclusiva (236).”[1]

Finalmente, hago mención del pasaje del evangelio de Lucas quien explica de forma maestra, como Jesús habla sobre la fraternidad con la parábola del buen samaritano, para enseñarnos el significado de la amistad entre todos y todas, sin importar, religión, raza, país, ideología, condición social, etc. La lección del maestro nos muestra que la fraternidad es el recurso fundamental del corazón y de la reconstrucción de la compasión humana, en ella no hay requisitos que condicionen el amor, la entrega, el servicio y la ayuda a las y los demás. Una fraternidad que no se alcanza de una vez y para siempre, sino a través de la conquista diaria, porque es así cómo se constituye su vivencia, resultado del diálogo y el respeto.

“En esto se presentó un experto en la ley y, para poner a prueba a Jesús, le hizo esta pregunta: —Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna? Jesús replicó: —¿Qué está escrito en la ley? ¿Cómo la interpretas tú? Como respuesta el hombre citó: —“Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todo tu ser, con todas tus fuerzas y con toda tu mente”, y: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. —Bien contestado —le dijo Jesús—. Haz eso y vivirás. Pero él quería justificarse, así que le preguntó a Jesús: —¿Y quién es mi prójimo? Jesús respondió: — Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de unos ladrones. Le quitaron la ropa, lo golpearon y se fueron, dejándolo medio muerto. Resulta que viajaba por el mismo camino un sacerdote quien, al verlo, se desvió y siguió de largo. Así también llegó a aquel lugar un levita y, al verlo, se desvió y siguió de largo. Pero un samaritano que iba de viaje llegó a donde estaba el hombre y, viéndolo, se compadeció de él. Se acercó, le curó las heridas con vino y aceite, y se las vendó. Luego lo montó sobre su propia cabalgadura, lo llevó a un alojamiento y lo cuidó. Al día siguiente, sacó dos monedas de plata y se las dio al dueño del alojamiento. “Cuídemelo —le dijo—, y lo que gaste usted de más, se lo pagaré cuando yo vuelva”. ¿Cuál de estos tres piensas que demostró ser el prójimo del que cayó en manos de los ladrones? —El que se compadeció de él —contestó el experto en la ley. —Anda entonces y haz tú lo mismo —concluyó Jesús.” (Lucas 10, 25 – 37).

Trabajar gradual y permanentemente para disminuir y erradicar la exclusión, la discriminación, la confrontación y el insulto, así como las otras expresiones de egoísmo es parte de las tareas de la educación de los Colegios jesuitas, ¿Cómo podemos lograr que eso se refleje en nuestra comunidad educativa? ¿Qué estamos haciendo o que deberíamos estar haciendo para alcanzarlo? El diálogo intercultural es un camino y es parte de lo que nos regaló aquel hombre de Asís hace ocho siglos que se convierte ahora en un recordatorio vigente para los caminos hacia la fraternidad social.

Síguenos en: FacebookInstagramTwitter.