Las escuelas como semilleros de paz: una reflexión desde el SELP.
Por: Scott Pérez.
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La visita del P. Jorge Atilano González Candia, S.J., Director Ejecutivo del Diálogo Nacional por la Paz, al Sistema Educativo Loyola del Pacífico (SELP) dejó en claro algo fundamental: las escuelas no solo forman académicamente, también son espacios privilegiados para construir paz.
En su conferencia, el P. Atilano compartió cómo el Diálogo Nacional por la Paz ha articulado a comunidades de todo México en torno a procesos de reconciliación, justicia restaurativa y reconstrucción del tejido social. Este camino, iniciado hace tres años tras la tragedia de Cerocahui, Chihuahua, nos recuerda que la paz no es un discurso abstracto, sino una práctica diaria que debe nacer en lo local: en las familias, en los barrios… y también en las aulas.
¿Por qué son tan importantes las escuelas en este proceso? Porque en ellas se forman los imaginarios y prácticas que definen cómo nos relacionamos como sociedad. Si bien la violencia se aprende en contextos de exclusión y abandono, también la paz puede enseñarse y practicarse en entornos educativos que prioricen la empatía, el respeto y la justicia. Una escuela que fomenta el diálogo, la resolución pacífica de conflictos y el reconocimiento del otro como igual, se convierte en un laboratorio de ciudadanía democrática.
Las aulas son lugares donde niñas, niños y jóvenes aprenden a relacionarse, a dialogar y a resolver conflictos. Ahí germinan las primeras semillas de convivencia que pueden transformar sociedades enteras. En el SELP, al integrar la espiritualidad ignaciana y el humanismo en su propuesta educativa, tenemos la oportunidad (y también la responsabilidad) de cultivar la paz como parte central de nuestra misión.
Hablar de paz en la escuela no significa únicamente promover la ausencia de violencia, sino enseñar a construir relaciones sanas, reconocer al otro como igual y desarrollar una ciudadanía activa y corresponsable. Como bien señaló el P. Atilano, necesitamos comunidades educativas que sean laboratorio de esperanza, capaces de mostrar que otro México es posible.
Hoy el SELP tiene una tarea clara: ser testimonio de que otro México es posible, uno en el que las escuelas se convierten en faros que iluminan caminos de sanación y futuro. Nuestra misión ignaciana nos impulsa a no ser espectadores pasivos de la realidad, sino protagonistas de la transformación social. Y en ese sentido, cada aula, cada maestro, cada colaborador y cada estudiante forman parte de este esfuerzo por la paz.
En un país donde la violencia golpea de manera cotidiana, la labor de nuestra institución adquiere un valor inmenso. La paz comienza en el aula, pero no debe quedarse ahí: se proyecta hacia las familias, los barrios y la sociedad. Por eso, desde el SELP y en articulación con el Diálogo Nacional por la Paz, reafirmamos que educar es también un acto de paz.
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